LOS ASESINOS DE LA LUNA Predicadores de la muerte, tontos codiciosos y el alma nativo americana en la película épica de Martin Scorsese

Inspirada en el libro de no ficción homónimo de David Grann, “Los asesinos de la luna” de Martin Scorsese presenta una complejidad que va más allá de la representación del asesinato de cientos de miembros de la comunidad Osage, despojados de sus tierras ricas en petróleo hace cien años. La película de Scorsese expone la desigual dinámica de poder entre tres figuras paradigmáticas de la historia estadounidense: predicadores de la muerte, tontos codiciosos y nativos americanos, en un mundo donde la ley se utiliza como medio útil del crimen organizado.

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En “Los asesinos de la luna” (2023), de Martin Scorsese, la tierra está íntimamente conectada con la vida y la muerte. Dando vida a los nativos Osage, la luna llena de mayo, flower moon o luna en flor, anuncia el renacimiento de la vida en la tierra, la época en la que los prados comienzan a adornarse de flores. Es la tierra también la que les sirve como medio para despedir a sus muertos, enterrando en ella el cuchillo del difunto querido, o dejando fluir en el agua cristalina de sus ríos el peine de la amada madre que ya no está. Pero la importancia de la tierra como tierna portadora del ciclo vida y muerte adquiere una forma extrema, monstruosa, aterrorizante, cuando esta misma se transforma en una fuente de riqueza incalculable, permitiendo a los Osage una buena vida, pero trayéndoles también la muerte más brutal. Gracias al descubrimiento de petróleo en sus tierras, los miembros de la Nación Osage pudieron asegurar sus legítimos derechos de propiedad, headrights, derechos personales de concesiones de tierras: una situación legal que impidió que extraños movidos por la envidia y la codicia los expropiaran, pero que justamente por esto incitó a estos mismos a encontrar otras formas, incluso “legales”, de robar. Y es así como el crimen se volvió creativo en la tierra de los Osage, adoptando diversas formas que iban desde los habituales robos enmascarados en las carreteras y saqueos de tumbas en la oscuridad de la noche, a menudo cometidos por el propio empresario de pompas fúnebres, hasta robos en plena luz del día, sin máscaras y con buenas maneras, en los que participaba toda la ciudad. Esta forma pérfida de robo, “amistosa” y “legal”, era particularmente visible tanto en la forma en que los funcionarios blancos controlaban descaradamente las asignaciones y los gastos del Osage “incompetente”, utilizando la excusa de “tener que rendir cuentas de cada centavo,” como en los precios excesivos cobrados por proveedores blancos por servicios y productos que los Osage ni siquiera realmente necesitaban. Sin embargo, estas formas de hurto no fueron suficientes para satisfacer la codicia de los extraños, y es aquí exactamente en donde Los asesinos de la luna de Martin Scorsese toma impulso. La película se centra en la modalidad de robo más radical que apunta a la fuente de riqueza de los Osage, sus derechos sobre la tierra, y presenta este crimen tal como es: una carrera de bestias que acorralan a sus presas, acercándose cada vez más y más hasta irrumpir en el ambiente familiar más cercano: el del matrimonio y la herencia.

La carrera por el dinero y el poder: los predicadores de la muerte y los tontos codiciosos

En esta constelación, Los asesinos de la luna de Scorsese hace visible el destino de la familia Osage Kyle, compuesta por las hermanas Mollie (Lily Gladstone), Anna (Cara Jade Myers), Reta (Janae Collins), Minnie (Jillian Dion) y su madre Lizzie Kyle (Tantoo Cardinal), que ya se encuentra en crisis, antes de que pobre diablo Ernest Burkhart llegue a su ciudad: Lizzie y Minnie están débiles y enfermas, al igual que muchos otros miembros de varias familias Osage, muriendo por razones inexplicables. Pero esta es también la época del fin de la Primera Guerra Mundial y muchos hombres jóvenes llegan en masas desde Europa directamente a la tierra de los Osage, atraídos por la riqueza petrolera. Ernest es uno de ellos, pero con una pequeña diferencia. Su tío, William “Bill” Hale, es “el rey de las colinas Osage”, una figura de poder influyente en esta tierra, un “benefactor” promotor de la “civilización”, un hombre que ya ha formulado un plan para su sobrino: Ernest ha de arrebatarle a Mollie su “derecho de pura sangre a la tierra”, sus concesiones personales de tierra petrolera para que estas queden “para la familia”. Para la familia de Hale, en realidad. De esta manera, un acontecimiento supuestamente feliz como el matrimonio sirve como punto de partida de un universo cinematográfico naturalista que se vuelve cada vez más oscuro, más frío y cada vez más brutal. En Los asesinos de la luna de Scorsese, el crimen transforma el colorido mundo y el paisaje de la Nación Osage en una pesadilla gris, manchada de petróleo y de sangre, desafiando al público a presenciar la tensión cada vez más insoportable de una carrera que asume los rostros de tres trágicas figuras de la historia americana: el predicador de la muerte, el tonto codicioso y el alma inconmensurable de los nativos americanos. Encarnado por Bill Hale (Robert De Niro) como un patriarca todopoderoso, el predicador de la muerte representa una aparente “sabiduría” basada en una religiosidad inventada y egoísta, haciéndose pasar por la voz del destino, la certeza de la desgracia: “Es inevitable. Su fin llegará pronto”, una profecía que no es más que la justificación del asesinato de la comunidad Osage organizado por su propia cuenta. El dispuesto receptor de esta orden es el tonto codicioso, personificado por Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio), un hombre simple perteneciente a la masa de indigentes sin educación que llama a su jefe, al predicador de la muerte, “rey” o “tío”, obedeciéndole incondicionalmente en todo y poniendo a su servicio sus mayores debilidades: ignorancia y codicia. Bill reconoce exactamente estas deficiencias en Ernest, incluso notando su falta de educación con “No lees mucho, ¿verdad?” y su insaciable codicia con “¡Eres imparable!”, posicionándolo claramente como un tonto codicioso. Sin embargo, este personaje encuentra más variaciones en Los asesinos de la luna, como por ejemplo, en la cara de piedra impasible de Bill Smith (Jason Isbell), un cínico que obviamente deja morir a su esposa para casarse con la hermana, acaparando así aún más derechos territoriales de la familia Kyle; en el rostro desfigurado de John Ramsey (Ty Mitchell), que no acepta el trabajo sucio del asesinato por encargo a menos que implique el asesinato de un “indio”, porque eso es “algo diferente” para él; o en el rostro despiadado de Kelsie Morrison (Louis Cancelmi), quien se enorgullece de su brutal codicia llamándola “ambición”, estando dispuesto a asesinar a los niños de su difunta esposa si eso significara obtener “legalmente” los derechos territoriales de los mismos. Los rostros del predicador de la muerte y del tonto codicioso en Los asesinos de la luna de Scorsese son la manifestación de una carrera que avanza sin aliento para obtener “legítimamente” los derechos territoriales de los Osage a través del matrimonio y el asesinato.

La carrera por la verdad y la justicia: el alma inconmensurable de los nativos americanos

Pese a todo el horror, Los asesinos de la luna de Scorsese nos ofrece también una cara radicalmente diferente que encarna una carrera también incansable, pero de una naturaleza completamente opuesta: una contienda por la verdad y la justicia, la lucha por la supervivencia. Es un rostro que durante mucho tiempo le ha sido negado al público en general: el del alma inconmensurable de los nativos americanos, personificada por Mollie (Lily Gladstone), su madre, sus hermanas, las mujeres Osage. Es un rostro de confianza, pero también de angustia; de esperanza, pero también de dolor; de amor, pero también de miedo. Es el rostro de una madre, una hija y una hermana que siente que su mundo está siendo saboteado al ver que sus seres queridos van “desvaneciendose”, a pesar de haber ya integrado las leyes y costumbres de extraños en sus propias vidas y creencias para convivir en harmonía. Sin embargo, su existencia sigue amenazada por un elixir de muerte desconocido y aún no identificado que lo impregna todo: su tierra, a través de su suelo rico en petróleo; su hogar, a través de los matrimonios mortales por los derechos a la tierra; sus cuerpos, a través de extrañas enfermedades como castigo por comer “como los blancos”; sus mentes, a través del horror de muertes repentinas e inexplicables; y su alma, a través de la desesperación por la pérdida de identidad. Este dolor emocional que atormenta el alma orgullosa de los nativos americanos está conmovedoramente encarnado por Henry Roan (William Belleau), quien es llevado por la “melancolía” al alcoholismo y al suicidio antes de que su vida llegue a su fin a través de una bala traicionera disparada por un tonto codicioso: uno de los muchos crímenes planeados por el predicador de la muerte. Y, sin embargo, a pesar de permanecer atormentado por el terror, el alma inconmensurable del nativo americano se manifiesta como el único rostro portador de los valores que hoy se consideran verdaderamente “americanos”: independencia, libertad, justicia, autodeterminación, todas fuerzas impulsoras detrás del coraje de Mollie, una mujer Osage que, con gran dificultad, abandona su lecho de muerte para buscar justicia en Washington, la capital de un país que se construyó a expensas de su gente, pero que, a sus ojos, todavía puede ser un lugar justo para todos. Los Osage nunca perdieron la esperanza de que se hiciera justicia y, en cierto modo, la consiguieron. A través de Los asesinos de la luna de Scorsese, su historia pudo llegar hoy hasta nosotros y acercarnos a la idea de unos Estados Unidos verdaderamente “grandiosos” por primera vez, pudiendo llegar a serlo si llegan por fin a aceptar la herencia, la identidad y los valores de sus pobladores nativos, arraigados en su propia tierra.

©LaNinfa.art, Sofia Bartra de Loayza, 2024.

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